Cinco bolsas, cinco empleos. Cinco panes y miles de peces
"Abundancia en 13" matriz y fibras- Carolina Tocalli |
A STORY of Supported Employment Scaling Social Model
in Mc Donald´s restaurants in Chile
Cinco bolsas con sus nombres en fibra indeleble rojo fuerte:
José, Mayckol, Felipe, Guillermo y Andrés.
En cada bolsa, un uniforme a estrenar y el contrato de trabajo preparado para
recibir sus firmas, las mismas firmas que vienen ensayando desde hace meses.
Manos firmes en sus vasos plásticos, miradas ansiosas y sobros pequeños a las gaseosas. Aspiran la nueva
vida, aspiran con fuerza todas y cada una de las esperanzas que con paciencia vienen construyendo
desde su discapacidad intelectual junto a los profesionales
ocupacionales.
Hay un mundo allá afuera, es el mundo de los adultos, somos
adultos y hacia allá vamos.
Y aquí estamos, sentados en una gran sala de capacitaciones de una
de las empresas más conocidas del planeta, estamos en McDonald´s. La cordillera
nos rodea por todas las ventanas, protegiendo este momento tan sagrado como sus
cumbres nevadas.
Andrés está
impecable de camisa celeste y corbata a lunares. ¿Será suya? ¿Quién se la habrá
prestado?
José nunca
conoció a ningún miembro de su familia, desde que nació vivió en un hogar. A
punto de cumplir 26 años, debe abandonar ese hogar porque el estado chileno no cubrirá más su
subsidio. Este trabajo es mucho más que una oportunidad para él.
A Guillermo no
se le entiende cuando habla, pero su sonrisa lo dice todo.
Mayckol es tan
simpático como su nombre, sentado en el centro del salón, sus ojos
bailan, su energía se
materializa.
A Felipe le
cuesta escribir, tardó un buen rato en firmar
su contrato. Todos alentamos cada uno de sus trazos.
Esto es la
vida, discapacidad intelectual y oportunidades van de la mano. Simple, así de simple. Miles de
peces.
Carolina
Tocalli
Santiago de
Chile, 2 de noviembre de 2011
"Anita se pierde, Alejandra no"
Mi crónica instantánea en un viaje de película
Son 1.200 las butacas del Castro Theatre de San Francisco, todos sus ocupantes amantes del cine, la gran mayoría judíos.
La ansiedad se siente, la expectativa se agiganta.
Vicky, Ale y yo nos acomodamos en nuestros asientos reservados con una cobertura amarilla que reza “reserved”.
Puedo sentir las miradas y cuchicheos de los espectadores, es que estamos acompañando a "Anita" que en minutos más va a inundar la pantalla de este emblemático cine del barrio gay más famoso del mundo.
Desde el escenario el organista arroja los acordes finales de "no llores por mi Argentina" mientras nos ubicamos en las butacas asignadas. Las miradas sonríen sus guiños cómplices - Don't cry for me Argentina, just for you ladies.
Just for us, like everything around us.... todo gira alrededor de estas tres mujeres que la vida, al voleo, puso durante tres intensísimos días en la desenfadada San Francisco.
El director del Festival del Cine Judío nos da la bienvenida a la función de la película central, las más votada por el público: “Anita”. Su voz denota orgullo y admiración cuando lee las palabras de Marcos Carnevale, director y escritor que esta anoche no pudo estar con nosotros - los invito a mirar los ojos de Anita y a sentir el mundo a través de ella.
Las luces acatan la orden de Marcos, la música de Lito Vitale nos va sumergiendo en esta historia de ficción que bien podría haber sucedido: una joven con síndrome de Down que tras el atentado de la AMIA en 1994 se pierde en Buenos Aires y vive las diferentes bombas que estallan en la vida diaria de las personas.
Durante los próximos 120 minutos, Anita experimentará la soledad, el fracaso, la discriminación que viven los otros en la ciudad.
Anita simplemente vivirá. Ella no juzgará, no discriminará, ni siquiera buscará.
Estoy íntegramente metida en la pantalla. Se aproxima el estallido de la bomba. Alejandra se anticipa y me toma la mano. Ella sabe lo que Anita va a sufrir. Tanto que cuando llega la explosión y todo el cine se sobresalta, Alejandra aprieta con fuerza mi mano y se pone a llorar.
¿Esto está sucediendo en la realidad?
¿Yo, Carolina Tocalli estoy en San Francisco rodeada de judíos conmovidos por el recuerdo de otro atentado no esclarecido a su colectividad y estoy tomada de la mano regordeta de la actriz principal que llora sin consuelo?
Todo esto es muy intenso, buceo palabras para compartirlo pero no las encuentro. Están atrapadas en mi corazón y por ahora, quieren quedarse allí. Se están cocinando a fuego lento. Se ve que aún no estoy preparada para escribirlas. Llegarán. O seguirán ocultas como un tesoro profundo.
En las profundidades se crece. Estoy creciendo.
La película sigue, los espectadores estamos perdidos con Anita. Nos reímos, sentimos frío, queremos bailar, queremos correr, nos mojamos, tenemos sueño y parece que hasta roncamos con Anita. Alejandra ya no llora, está iluminada.
¿Qué sentirá al verse tan grande? Se sabrá proyectada en la mente de estas 1.200 personas?
La alegría de un día de sol en el zoológico y Anita saludando a los elefantes nos devuelve con esperanza al presente. La vida sigue y depende de cada uno como la vivimos.
La vida en el Castro Theatre sigue con una sala que aplaude de pie. Alejandra y Vicky suben al escenario para compartir la experiencia de la filmación. Y yo tengo el privilegio de filmar esta escena final, 24 minutos de la vida de una mujer con síndrome de Down, que a sus 37 años abrazó la oportunidad de su vida. Y la honró con creces.
A la pregunta final del entrevistador sobre las similitudes del personaje y la actriz, esta mujer que conocí ayer nomás responde segura “Anita se pierde, Alejandra no”.
Apago la filmadora pensando en no perderme la vida ni perderme en la vida.
"Anita se pierde, Alejandra no"
Mi crónica instantánea en un viaje de película
Hace ya dos años tuve el privilegio de vivir una experiencia irrepetible. Acompañé a la actriz con síndrome de Down, Alejandra Manzo, y a la emprendedora social Vicky Shocrón, al Festival de Cine Independiente Judío en San Francisco, Estados Unidos.
"Anita" protagonizada por Alejandra y con el acompañamiento total de Vicky, fue aclamada como la película más votada por el público judío de todo el mundo. La crónica que están a punto de leer, refleja el momento más emocionante.... un momento que, todavía hoy me parece mi sueño de película. Esta es la crónica que estalló de mi corazón y que, mágicamente como es el cine, se derramó, generosamente traducida, en los círculos cinéfilos de colectividad judía
Enormemente agradecida!
Carolina Tocalli - junio 2012
Enormemente agradecida!
Carolina Tocalli - junio 2012
Son 1.200 las butacas del Castro Theatre de San Francisco, todos sus ocupantes amantes del cine, la gran mayoría judíos.
La ansiedad se siente, la expectativa se agiganta.
Vicky, Ale y yo nos acomodamos en nuestros asientos reservados con una cobertura amarilla que reza “reserved”.
Puedo sentir las miradas y cuchicheos de los espectadores, es que estamos acompañando a "Anita" que en minutos más va a inundar la pantalla de este emblemático cine del barrio gay más famoso del mundo.
Desde el escenario el organista arroja los acordes finales de "no llores por mi Argentina" mientras nos ubicamos en las butacas asignadas. Las miradas sonríen sus guiños cómplices - Don't cry for me Argentina, just for you ladies.
Just for us, like everything around us.... todo gira alrededor de estas tres mujeres que la vida, al voleo, puso durante tres intensísimos días en la desenfadada San Francisco.
El director del Festival del Cine Judío nos da la bienvenida a la función de la película central, las más votada por el público: “Anita”. Su voz denota orgullo y admiración cuando lee las palabras de Marcos Carnevale, director y escritor que esta anoche no pudo estar con nosotros - los invito a mirar los ojos de Anita y a sentir el mundo a través de ella.
Las luces acatan la orden de Marcos, la música de Lito Vitale nos va sumergiendo en esta historia de ficción que bien podría haber sucedido: una joven con síndrome de Down que tras el atentado de la AMIA en 1994 se pierde en Buenos Aires y vive las diferentes bombas que estallan en la vida diaria de las personas.
Durante los próximos 120 minutos, Anita experimentará la soledad, el fracaso, la discriminación que viven los otros en la ciudad.
Anita simplemente vivirá. Ella no juzgará, no discriminará, ni siquiera buscará.
Estoy íntegramente metida en la pantalla. Se aproxima el estallido de la bomba. Alejandra se anticipa y me toma la mano. Ella sabe lo que Anita va a sufrir. Tanto que cuando llega la explosión y todo el cine se sobresalta, Alejandra aprieta con fuerza mi mano y se pone a llorar.
¿Esto está sucediendo en la realidad?
¿Yo, Carolina Tocalli estoy en San Francisco rodeada de judíos conmovidos por el recuerdo de otro atentado no esclarecido a su colectividad y estoy tomada de la mano regordeta de la actriz principal que llora sin consuelo?
Todo esto es muy intenso, buceo palabras para compartirlo pero no las encuentro. Están atrapadas en mi corazón y por ahora, quieren quedarse allí. Se están cocinando a fuego lento. Se ve que aún no estoy preparada para escribirlas. Llegarán. O seguirán ocultas como un tesoro profundo.
En las profundidades se crece. Estoy creciendo.
La película sigue, los espectadores estamos perdidos con Anita. Nos reímos, sentimos frío, queremos bailar, queremos correr, nos mojamos, tenemos sueño y parece que hasta roncamos con Anita. Alejandra ya no llora, está iluminada.
¿Qué sentirá al verse tan grande? Se sabrá proyectada en la mente de estas 1.200 personas?
La alegría de un día de sol en el zoológico y Anita saludando a los elefantes nos devuelve con esperanza al presente. La vida sigue y depende de cada uno como la vivimos.
La vida en el Castro Theatre sigue con una sala que aplaude de pie. Alejandra y Vicky suben al escenario para compartir la experiencia de la filmación. Y yo tengo el privilegio de filmar esta escena final, 24 minutos de la vida de una mujer con síndrome de Down, que a sus 37 años abrazó la oportunidad de su vida. Y la honró con creces.
A la pregunta final del entrevistador sobre las similitudes del personaje y la actriz, esta mujer que conocí ayer nomás responde segura “Anita se pierde, Alejandra no”.
Apago la filmadora pensando en no perderme la vida ni perderme en la vida.
Carolina Tocalli
San Francisco, 27 de Julio de 2010
"Anita gets lost. , Alejandra no"
My instaneneous chronicle at the San Francisco Jewish Film Festival
San Francisco, July 27th 2010
"Anita gets lost. , Alejandra no"
My instaneneous chronicle at the San Francisco Jewish Film Festival
Two years ago I had the privilege to live a one in a life experience: I accompanied Alejandra Manzo, an actress with Down Syndrome, and Victoria Shocrón, a social entrepreneur to the San Francisco Jewish Independent Film Festival (SFJFF). "Anita" starred by Alenjandra was acclaimed by the public as the best film . The chronicle you are about to read reflects the most moving moment, minutes that till now seem like a dream to me. This chronicle bursted from my heart and, it magically and generously was spread among the jewish
cinephile circles. My deepest bow
Carolina Tocalli - July 2012
cinephile circles. My deepest bow
Carolina Tocalli - July 2012
There
are 1200 seats in the Castro Theatre in San Francisco, all of their
occupants lovers of cinema, the large majority Jews.
Anxiety
grows; expectations get bigger.
Vicky, Ale and I get comfortable in our reserved seats with a yellow cover that says, “reserved.” I can feel the looks and whispers of the audience, since we’re accompanying “Anita,” who in a few minutes will flood the screen of this emblematic cinema of the most famous gay neighborhood in the world.
Vicky, Ale and I get comfortable in our reserved seats with a yellow cover that says, “reserved.” I can feel the looks and whispers of the audience, since we’re accompanying “Anita,” who in a few minutes will flood the screen of this emblematic cinema of the most famous gay neighborhood in the world.
From
the stage the organist plays the last chords of “Don’t Cry for
Me, Argentina,” while we all get seated. The glances and the winks signal:
“Don’t cry for me, Argentina, just for you ladies.”
Just for us, like everything around us – everything revolves around the three women who spent three whirlwhind, intense days in the self-assured San Francisco.
Just for us, like everything around us – everything revolves around the three women who spent three whirlwhind, intense days in the self-assured San Francisco.
The
director of the Jewish Film Festival welcomes us as the centerpiece film, the
one most voted for by the public: “Anita.” His voice conveys proud and
admiration when he reads the words of Marcos Carnevale, the director and writer
who couldn’t be with us that night. “I invite you to look into the eyes
of Anita and to feel the world through her.”
The
lights obey Marco’s orders, the music of Lito Vitale submerges us in this
fictional tale which could easily have happened: a young person with Down’s
Syndrome, after the attack on the AMIA in 1994, gets lost
in Barcelona and lives the various bombs which explode in the daily
life of its people.
In the
next 120 minutes, Anita will experience solitude, failure,
discrimination that others live in the city.
Anita will simply live. She will not judge, she will not discriminate, she won’t even search.
Anita will simply live. She will not judge, she will not discriminate, she won’t even search.
I am
completely fixated on the screen. The explosion of the bomb draws
near: Alejandra anticipates it and takes my hand. She knows
what Anita will suffer. So much so, that when the explosion comes and
the entire theatre jumps, Alejandrasqueezes my hand tightly and begins to
cry.
Is this
really happening? Am I,
Carolina Tocalli in San Francisco surrounded by Jews who are moved
by the memory of another attack on its community, and my hand is being held by
the chubby hand of the lead actress, who cries inconsolably?
All
this is very intense. I search for words to share it with, but I can’t find
them. They are trapped in my heart, and for now, they want to remain there.
They are cooking on a slow flame. It’s clear that I am still not ready to write
them. They will come. Or they will stay hidden, like a treasure.
In the
profound, one grows. I am growing.
The
film continues, we are all lost as the audience with Anita. We laugh, we
get cold, we want to dance, we want to run, we get wet, we grow sleepy and it
seems that we even snore with Anita. Alejandra has stopped
crying, she lights up.
What
must she be feeling to see herself so big? Does she know she’s being projected
on the minds of these 1,200 people?
The
happiness of a day in the sun at the zoo, and Anita saying hello to
the elephants, returns us, with hope, to the present. Life goes on and depends
on how each of us live it.
Life in
the Castro continues with a standing ovation. Alejandra and Vicky
climb the stairs to the stage to share the experience of making the
movie. I have the privilege of filming this final scene, 24 minutes in the life
of a woman with Down’s Syndrome, who at her 37 years had the opportunity of a
lifetime. And it honored her fully.
The
interviewer’s last question on the similarities between the character and the
actor, this woman whom I just met yesterday responded, sure of herself:
“Anita gets lost. Alejandra, no.”
I close
the camera thinking that I shouldn’t lose real life, nor lose myself in life.
Carolina Tocalli